Después de acordarme ayer de mi año erasmusiano en tierras germanas durante una conversacion facebookiana con la culpable (digo responsable) del programa en mi facultad me reí un buen rato recordando las anécdotas que vivimos los que compartimos edificio.
Cabe destacar aquí que mi universidad de destino tenía la costumbre de reservar un edificio completo de unas 150 habitaciones repartidas en tres plantas para los estudiantes procedentes de programas de intercambio, compartiendo por lo tanto edificio personas de países tan dispares como Australia, Iran, Turquía, Brasil, Italia, Galicia, Finlandia, Suecia, Bélgica, Nápoles - Nápoles está en Italia diréis algunos. Bueno sí y no, la diferencia entre un napolitano y un italiano del norte es tan o más grande que la que separa un vasco de un andaluz- Rusia, Japón, Corea y China.
Viviendo un año en el mismo edificio evidentemente pueden y deben surgir un montón de malentendidos o anécdotas (en el sentido menos peyorativo del termino) que hoy en día me arrancan una que otra sonrisa y me hacen animar a todo el mundo que si tiene la posibilidad de pasarse un período de tiempo en el extranjero compartiendo su día a día con gente de otros países que no lo duden, porque será una experiencia enriquecedora en todos los ámbitos.
Residiendo en un país como Alemania uno se da cuenta de la manía (visto desde el punto de vista mediterráneo) o del sentido del orden que tienen los germanos, reflejándose en todos los ámbitos de su día a día.
La que más gracia me hizo fue el hecho de que nos hacían pasar lista a los estudiantes de intercambio. Es decir, tenías tu hoja con tus asignaturas y con una serie de cuadros en los que cada profesor debía firmar después de cada clase. Era un poco denigrante, pero creo que nos aseguró a la inmensa mayoría una asistencia del 100 % y unos madrugones diarios, aparte de una adicción a la cafeína que no fui capaz de superar tres años después…
El fenómeno de la asistencia a clase se vio reforzado porque la primera persona en clase era el profesor, es decir, si en el horario ponía que la clase comenzaba a las nueve de la mañana, pues el profesor comenzaba su explicación a las nueve de la mañana. Raro?
No seré yo quien nombré a ningún profesor que a la hora de comienzo de clase aún pide su café en la cafetería de la facultad. Lo que más gracia me hizo fueron las explicaciones que les pidieron los estudiantes al profesor por llegar un día un cuarto de hora tarde. Manda huevos!! Esos mismos estudiantes que no cumplen la sacrosanta tradición de pasarse los apuntes entre ellos, y si se los pides te hacen un interrogatorio que ni hacen GeStaPo, Stasi, Mossad, CIA todos juntos.
El detalle que mas gracia me hizo eso de ir a clase fue el hecho de que las clases duraban una eternidad -tres horas- pero si te sonaba el móvil te levantabas, salías de clase, atendías la llamada y volvías a entrar. Lo mismo si te apetecía irte hasta la maquina del café para tu dosis de cafeína. Comprabas el café y te lo llevabas a clase. Y si te apetecía comerte un bocata, lo hacías.
Ya me gustaría saber que hacen los profesores de la USC si un estudiante se saca un bocata de calamares de la mochila y se lo zampa en medio de clase…
Fuera de clase lo que a uno le llama la atención es la pulcritud alemana, incluso entre los fumadores. Es decir, no se lleva eso de apagar el pitillo y tirarlo al suelo. No. Todo va a la papelera y si la papelera está llena, pues a la siguiente. Y quien dice pitillo dice chicle, envoltorio de caramelo etc.
Por cierto, tampoco vi a ningún barrendero en todo el año que estuve en Alemania...
Incluso en los botellones uno se lleva las botellas vacías de vuelta, porque aparte de no contaminar le devuelven 10 céntimos por botella si la llevan donde la compraron.
La pulcritud se cruza con la ecología y reciclaje al haber al lado de cada maquina de café otra en la que uno mete las tazas esas de plástico típicas de las maquinas y recibe 5 céntimos, siendo frecuente que cada uno traiga su propia taza de casa para no malgastar la de plástico sintiendose uno un poco imbécil por no tener una taza de las buenas.
Como compostelano uno está acostumbrado a todo tipos de lluvia, pero no por eso no soy masoquista y me gusta la lluvia, por lo que si se da el caso y empieza a llover y no tengo paraguas (o sea, siempre) puyes me pongo a cubierto lo antes posible, evidentemente. No? Pues en Alemania uno se puede encontrar con gente bien rara (ara de collóns). Se puede dar el caso de que esté lloviendo a cántaros y que un alemán no tenga paraguas a mano.
-Pobre. Direis
-Imbecil! Digo yo.
Porque por mucho que llueva y no tengan paraguas. Si están en un semáforo de peatones y está en rojo no cruzan por mucho que llueva, aunque no pase ningún triste coche poir la carretera. Tan alto es su sentido del orden, incluso por encima del de la salud, arriesgando pillarse un a resfriado.
Y que no se te ocurra ni de broma eso de cruzar un semaforo en rojo en ningún caso, porque los muy alemanes son unos chivatos de narices. Aparte de avisarte amablemente de que estás cruzando en rojo y tu no les haces caso, te acabaran llamando maleducado porque simplemente no te quieres empapar.
Para mi que el primer chivato fue alemán y se llamaba Gunter.
Pues nada. Eso fueron mis experiencias durante mi año en Düsseldorf, pero que, por muchos semáforos que esperé, muchos cafés que tomé y pocas clases a las que falté, disfruté como un enano y volvería a volver a repetir sin dudarlo...
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