martes, 27 de abril de 2010

Juzgar el libro por la portada...

La semana pasada quedé con una amiga en el Corte Inglés y aprovechando el día de Sant Jordi, pues que quedaba con Lucia* (*nombre no ficticio), bicho raro cuyos gustos literarios sobrepasan del típico libro de cocina o la etiqueta del champú de turno le compré un libro y una rosa.
-Ostia, direis algunos, que te regalen un libro puede ser una putada, porque seguro que quieres que esa Lucia lo lea...
Tenéis razón, el motivo por el cual yo suelo regalar un libro es para que la persona lo lea, no voy a intentar mentir, porque enfin, las cosas se hacen para algo, pero si no le gustase leer tampoco le hubiese comprado un libro..., porque para que acabe el libro debajo de la pata de una mesa que baile, pues...
Pero en eso de comprar libros uno no es experto, porque mis amigos
o no son muy lectores o directamente prefieren ir al cine una vez hecha la película correspondiente.
Entrando en el Corte Inglés siempre tengo que recordar el acoso sistemático al que fui sometido unos años antes por una obra de arte de sexo femenino del ser humano.
Se te acerca por detrás cual felino acechando su presa para, en el momento preciso dar un salto y atrapar su presa.
Cabe destacar que los señores del Corte Inglés las escogen de una cadena
de montaje que tienen en sus almacenes, alteradas genéticamente sin defectos visuales alguno, siendo ellas habiles lectoras de la letra pequeña aparte de hipnotizadoras, porque una vez que ellas te pregunten ese Tiene ya hecha la Tarjeta de el Corte Inglés, uno ya no puede apartar la vista de ellas.
La tarjeta realmente carece de importancia, simplemente uno no quiere que pase ese contacto visual entre tu y ella (la mía se llamaba Mónica) y te olvidas que ibas a entrar solo un minuto para comprar un filtro para la cafetera de tu madre.
Bueno, a lo que iba, tras acecharme cual Testigo de Jehová un viernes por la mañana, Mónica dió el salto y me atrapó y no sé si fue su mirada cautivadora, su escote generoso o su sonrisa compuesta por dos filas de dientes alineados perfectamente lo que me hizo solicitar la maldita tarjeta de El Corte Inglés, dejándome ella su número de móvil (que aún tengo grabado en la agenda del móvil), por si me surgiesen preguntas...
Evidentemente a la Monica no la he vuelto a ver. por desgracia, y eso que ahora que tengo la tarjeta de El Corte Inglés, paso más por ahí..., pero nada, no la ví ni en el Hipercor, ni en la sección de perfumería, zapatería, moda, informática o deportes.
En la libreria tampoco andaba la semana pasada. Que habrá sido de ella?
Pues nada... que uno después de estar acostumbrado a las facilidades que te dan los del triángulo verde para probar y reprobar el producto que uno quiere se metió en la sección de literatura y empezó a ojear un libro de esos de más de 20 paginas y sin dibujos. Pues nada..., unos cuantos minutos mas tarde pasó una de esas personita
s alegres y amables que se ofrecen su ayuda. Como me considero autosuficiente rechacé esa oferta amable y continué ojeando el libro..., pero como dos minutos más tarde volvió con la misma pregunta le respondí:
-"No gracias. Aún no he decidido si me lo compro o no. Lo estoy ojeando por encima. Si veo que me gusta la trama lo compro y si no no lo compro."
Esa reflexión mia no le pareció hacer mucha gracia, porque la cara que puso me recordaba a un problema mío de gastroenteritis que acababa de pasar que no viene al cuento.
-"Eso no lo solemos ver por aquí." respondió ella.
-"Pero Usted no conoce el dicho de que no se debe juzgar un libro por la portada?"
A lo que se quedó con cara de pocos amigos, por lo que decidí cortar por lo sano y llevarme el libro, no sin arrancar de la señora vendedora una expresión de satisfacción cambiandosela a otra expresión parecida a la anterior al pedirle la versión en gallego del libro.
Creo que si le hubiese dado un bofetón no me habría mirado con peor cara...
En un primer momento no quiso cambiarme el libro usado ya manoseado y con unas treinta paginas más leídas, pero al percatarse que la versión gallega era 2€ mas cara no me puso ningún impedimento. La calidad se paga, pensaría...

lunes, 19 de abril de 2010

Las leyes fundamentales de la estupidez humana.

Primera Ley Fundamental: Siempre e inevitablemente todos subestiman el número de individuos estúpidos en circulación

A primera vista esta afirmación puede parecer trivial, o más bien obvia, o poco generosa, o quizá las tres cosas a la vez. Sin embargo, un examen más atento revela de lleno la rotunda veracidad de esta afirmación. Cipolla considera que por muy alta que sea la estimación cuantitativa que se haga de la estupidez humana, siempre quedaremos sorprendidos de forma repetida y recurrente por el hecho de que:

  1. personas que uno ha considerado racionales e inteligentes en el pasado resultan ser inequívocamente estúpidas;

  2. día tras día, con una monotonía incesante, vemos cómo entorpecen y obstaculizan nuestra actividad individuos obstinadamente estúpidos, que aparecen de improviso e inesperadamente en los lugares y en los momentos menos oportunos.

La Primera Ley Fundamental impide la atribución de un valor numérico a la fracción de personas estúpidas respecto del total de la población. Cualquier estimación numérica resultaría ser una subestimación. Por ello en las líneas que siguen se designará la proporción de personas estúpidas en el seno de una población con el símbolo σ.

Segunda Ley Fundamental: La probabilidad de que cierta persona sea estúpida es independiente de cualquier otra característica de esa persona.

No todos los humanos son iguales ya que unos son más estúpidos que otros. Según Cipolla, el grado de estupidez viene determinado genéticamente por la naturaleza pero no está asociado a ninguna otra característica de raza, sexo, nacionalidad o profesión.

El profesor Cipolla realizó amplios estudios demográficos con muy diversos sectores de la población. Inicialmente afirma haber comprobado que entre los trabajadores "de cuello azul" existía una fracción σ de estúpidos y que esa fracción era mayor de lo que esperaba, con lo que se confirmaba la primera Ley. Sospechando que podía deberse a falta de cultura o a marginalidad social estudió muestras de trabajadores "de cuello blanco" y a estudiantes, comprobando que entre ellos se mantenía la misma proporción. Más sorprendido aún quedó al medir el mismo parámetro entre los profesores de universidad. Decidió por tanto expandir sus estudios hast

a la élite de la sociedad, los laureados con el Premio Nobel. El resultado confirmó el poder supremo de la naturaleza: una proporción σ de laureados con el Nobel son estúpidos.

Tercera Ley Fundamental (o de Oro): una persona estúpida es aquella que causa pérdidas a otra persona o grupo de personas sin obtener ninguna ganancia para sí mismo e incluso incurriendo en pérdidas.

El análisis de costes y beneficios de Carlo M. Cipolla permite clasificar a los seres humanos en cuatro tipos de personas, cada uno de los cuales ocupa un cuadrante en un sistema de coordenadas. Si representamos en el eje de abcisas el beneficio, positivo o negativo, que obtiene el individuo y en el eje de ordenadas el beneficio (+) o coste (-) que causa a los demás, podemos definir y estimar las coordenadas de los siguientes tipo


Distribución de Frecuencia

La mayoría de los individuos no actúa consistentemente. Bajo ciertas circunstancias una persona puede actuar inteligentemente y en otras actuar como desgraciado. La única importante excepción a esta regla es la de las personas estúpidas que normalmente muestran una fuerte tendencia hacia un comportamiento estúpido en cualquier actividad o empresa. Para los demás, podremos calcular su posición en el eje de coordenadas del gráfico 1 como una media de los resultados de sus acciones en términos de costes y beneficios causados sobre sí mismos y sobre los demás. Esta posibilidad nos permite hacer la siguiente digresión:

Consideraremos un "bandido perfecto" aquel que mediante sus acciones obtiene para sí mismo un beneficio igual al coste que origina en los demás. Es el caso del ladrón que roba a otro cien euros sin causarle ningún coste adicional. Esta situación puede ser definida como un "juego de suma cero" en el que el conjunto de la sociedad ni gana ni pierde. El "bandido perfecto" quedaría representado en el eje de coordenadas del gráfico 2 sobre la línea OM que bisecta el cuadrante B.

Sin embargo los "bandidos perfectos" son relativamente escasos. Es más frecuente que haya "bandidos inteligentes" (Bi) que obtienen más beneficios que los costes que causan, o "bandidos estúpidos" (Be), que para obtener algún beneficio causan un coste alto a los demás. Desgraciadamente los bandidos que permanecen por encima de la línea OM son relativamente poco numerosos. Es mucho más frecuente el individuo Be. Ejemplo de este último puede ser el ladrón que destroza los cristales de un coche para robar su radio o el que asesina a alguien para irse con su mujer a pasar un fin de semana en Montecarlo.

El poder de la estupidez

Los estúpidos son peligrosos y funestos porque a las personas razonables les resulta difícil imaginar y entender un comportamiento estúpido. Una persona inteligente puede entender la lógica de un bandido. Las acciones de un bandido siguen un modelo de racionalidad. El bandido quiere obtener beneficios. Puesto que no es suficientemente inteligente como para imaginar métodos con que obtener beneficios para sí procurando también beneficios a los demás, deberá obtener su beneficio causando pérdidas a su prójimo. Ciertamente, esto no es justo, pero es racional, y siendo racional, puede preverse. En definitiva, las relaciones con un bandido son posibles puesto que sus sucias maniobras y sus deplorables aspiraciones pueden preverse y, en la mayoría de los casos, se puede preparar la oportuna defensa.

Con una persona estúpida todo esto es absolutamente imposible. Tal como está implícito en la Tercera Ley Fundamental, una criatura estúpida nos perseguirá sin razón, sin un plan preciso, en los momentos y lugares más improbables y más impensables. No existe modo racional de prever si, cuando, cómo y por qué, una criatura estúpida llevará a cabo su ataque. Frente a un individuo estúpido, uno está completamente desarmado.

Puesto que las acciones de una persona estúpida no se ajustan a las reglas de la racionalidad, es lógico pensar que tienen todas las de ganar porque:

  1. generalmente el ataque nos coge por sorpresa.

  2. incluso cuando se tiene conocimiento del ataque, no es posible organizar una defensa racional porque el ataque, en sí mismo, carece de cualquier tipo de estructura racional.

El hecho de que la actividad y los movimientos de una criatura estúpida sean absolutamente erráticos e irracionales, no sólo hace problemática la defensa, sino que hace extremadamente difícil cualquier contraataque. Y hay que tener en cuenta también otra circunstancia: la persona inteligente sabe que es inteligente; el bandido es consciente de que es un bandido y el desgraciado incauto está penosamente imbuido del sentido de su propia candidez. Pero al contrario que todos estos personajes, el estúpido no sabe que es estúpido y esto contribuye en gran medida a dar mayor fuerza, incidencia y eficacia a su poder devastador.

Cuarta Ley Fundamental: Las personas no estúpidas subestiman siempre el potencial nocivo de las personas estúpidas. Los no estúpidos, en especial, olvidan constantemente que en cualquier momento, lugar y circunstancia, tratar y/o asociarse con individuos estúpidos se manifiesta infaliblemente como un costosísimo error.

No hay que asombrarse de que las personas desgraciadas e incautas, es decir, las que en los gráficos 1 y 2 se sitúan en el cuadrante D, no reconozcan la peligrosidad de las personas estúpidas. El hecho no representa sino una manifestación más de su falta de previsión. Pero lo que resulta verdaderamente sorprendente es que tampoco las personas inteligentes ni los bandidos consiguen muchas veces reconocer el poder devastador y destructor de la estupidez. Es extremadamente difícil explicar por qué sucede esto. Se puede tan sólo formular la hipótesis de que, a menudo, tanto los inteligentes como los bandidos, cuando son abordados por individuos estúpidos, cometen el error de abandonarse a sentimientos de autocomplacencia y desprecio en lugar de preparar la defensa y segregar inmediatamente cantidades ingentes de adrenalina ante tamaña situación de peligro.

Uno de los errores más comunes es llegar a creer que una persona estúpida sólo se hace daño a sí misma, pero esto no es más que confundir la estupidez por la candidez de los desgraciados.

A veces hasta se puede caer en la tentación de asociarse con un individuo estúpido con el objeto de utilizarlo en provecho propio. Tal maniobra no puede tener más que efectos desastrosos porque:

a) está basada en la total incomprensión de la naturaleza esencial de la estupidez y
b) da a la persona estúpida la oportunidad de desarrollar sus capacidades aún más allá de lo originalmente supuesto. Uno puede hacerse la ilusión de que está manipulando a una persona estúpida y, hasta cierto punto, puede que incluso lo consiga, pero debido al comportamiento errático del estúpido, no se pueden prever todas sus acciones y reacciones y muy pronto uno se verá arruinado y destruido sin remedio.

A lo largo de los siglos, en la vida pública y privada, innumerables personas no han tenido en cuenta la Cuarta Ley Fundamental y esto ha ocasionado pérdidas incalculables.



Macroanálisis y Quinta Ley Fundamental: La persona estúpida es el tipo de persona más peligrosa que existe.

Las consideraciones finales de la Ley cuarta nos conducen a un análisis de tipo "macro", según el cual, en lugar del bienestar individual, se toma en consideración el bienestar de la sociedad, definido, en este contexto, como la suma algebraica de las condiciones del bienestar individual. Es esencial para efectuar este análisis una completa comprensión de la Quinta Ley Fundamental. No obstante, es preciso añadir que de las cinco leyes fundamentales, la Quinta es, de largo, las más conocida.

de Carlo Maria Cipolla "Allegro ma non troppo".